viernes, 25 de septiembre de 2009

sidra peronista

Los caudillos federales

José Gervasio Artigas.
En su agitada vida política cosechó admiradores, como así también poderosos enemigos. Sus seguidores lo llamaron “El Protector de los Pueblos Libres”. Fue el primer Jefe de los Orientales, el primer caudillo rioplatense y el primer estadista de la Revolución del Río de la Plata. Proclamó el federalismo, como único modelo de gobierno justo para las Provincias Unidas del Río de la Plata. Sus adversarios lo acusaron de anarquista y traidor; lo llamaron “gaucho criminal y tupamaro”, por sus luchas por la libertad, sus intentos por repartir la tierra entre los gauchos y campesinos desposeídos, su sed de justicia social y su resistencia a la corrupción. Murió en 1850 en Paraguay, y a su pedido fue enterrado con modestia. Seis años después sus cenizas fueron depositadas en el Panteón Nacional de Montevideo.

José Gervasio Artigas nació el 19 de Junio del 1764 en la ciudad de Montevideo, hijo de Martín José Artigas y Francisca Antonia Arnal, según la partida que surge del folio 209 del Libro Primero de Bautismos de la Catedral de Montevideo. Su abuelo, Juan Antonio Artigas, fue uno de los primeros pobladores de la ciudad. Estudió en el colegio franciscano de San Bernardino y luego se dedicó a las tareas rurales y al comercio de cueros.
En 1797 ingresó como soldado de caballería al Cuerpo de Blandengues. Esa unidad militar, del entonces virreinato, cumplía funciones de policía para combatir el robo de ganado y contrabando, y de vigilancia de la frontera con el Brasil. Cuando en 1806 se produjo la primera invasión de los ingleses a la región del Río de la plata, Artigas participó, como oficial de Blandengues, en la Reconquista de Buenos Aires y en la defensa de Montevideo bajo las órdenes del Santiago de Liniers.
En 1810 se desempeñaba como Capitán de ese cuerpo en Colonia del Sacramento, cuando se produjo en Buenos Aires la Revolución de Mayo. Consecuencia de esta Revolución fue el desalojo del virrey Cisneros y la instauración del Primer Gobierno Patrio. En febrero de 1811, el gobernador de Montevideo Javier de Elío fue nombrado virrey del Río de la Plata por la Junta de Regencia de Sevilla, fue entonces que declaró la guerra a la Junta de gobierno de Buenos Aires. En esas circunstancias el Capitán Artigas abandonó su puesto en la ciudad de Colonia y cruzó hacia Buenos Aires. Se presentó ante la Junta Grande, lo recibió el Deán Funes, a quien le pidió “ciento cincuenta pesos y ciento cincuenta sables para insurreccionar la Banda oriental contra los españoles”. Ya era el Jefe de los Orientales y el gobierno porteño lo nombró Teniente Coronel. En la Banda Oriental, los gauchos Pedro José Viera, Venancio Benavídez y Ramón Fernández, en la localidad de Asencio, dieron el grito de libertad del pueblo oriental que se preparaba para luchar a las órdenes de Artigas. Poco después, el Jefe oriental, provisto del dinero y las espadas, organizó el ejército que el 18 de mayo derrotó a los españoles en Las Piedras y el 21 puso sitio a Montevideo.
En Buenos Aires, el gobierno revolucionario y nacional fue sustituido por uno porteño y liberal: el Primer Triunvirato. Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Paso, formaban el gobierno; las ideas salían del secretario: Bernardino Rivadavia. Una llamada “Asamblea” completaba la mesa de autoridades, todos porteños de “clase decente”. Para ellos la revolución se reducía a sustituir la hegemonía de funcionarios españoles por una nueva: la de los porteños. Palabras como “provincias”, “pueblo”, e “independencia” sonaban extrañas para estos gobernantes.
Este primer sitio de Montevideo se levantó por un armisticio que negoció el embajador británico en Brasil, Lord Strangford, con el propósito de evitar que un ejército portugués que había invadido la Banda Oriental auxiliara a los españoles. El Primer Triunvirato se comprometía a retirar las tropas patriotas. Al mismo tiempo, este gobierno ordenó que todos los ejércitos abandonaran sus frentes de lucha para proteger a Buenos Aires de un posible ataque español. Esto significaba que el ejército del Norte debía descender por el camino del Perú (Jujuy, Salta, Tucumán, Córdoba) y estacionarse en las afueras de la Capital. El de la Banda Oriental, al mando de su Jefe, tenía que dejar el sitio de Montevideo, abandonando a los españoles toda la provincia y parte de Entre Ríos. Entonces, se suceden dos geniales y trascendentales desobediencias.
La primera de ellas ocurrió cuando Artigas, que se había opuesto al armisticio, intentó contener a los portugueses, que saqueaban la campaña oriental. Se dirigió a Entre Ríos para reorganizar sus fuerzas. Pero no fue solo. El Jefe no abandonó a su pueblo. Dio la orden y toda la provincia en masa emigró con él. Todo un pueblo que se manifestaba para afirmar su voluntad de independencia.
Artigas comenzó a marcar sus diferencias con el centralismo del Triunvirato al manifestar: “El gobierno de Buenos Aires abandona esta Banda a su opresor antiguo; pero ella enarbola a mis órdenes el estandarte conservador de la libertad. Síganme cuantos gusten, en la seguridad de que yo jamás cederé.”
Fueron hombres, mujeres, niños; blancos, negros, indios, siguiendo al caudillo que iba a enfrentar a los portugueses y a los españoles. lo siguieron en un éxodo de leyenda, con sus pocas pertenencias al hombro, en carretas y a lomo de animales. Artigas confiaba en quienes lo seguían: “Yo llegaré a mi destino con este pueblo de héroes ...”
Casi 500 kilómetros recorrieron hasta establecer campamento en la margen izquierda del río Uruguay, en Ayuí, a unos pocos kilómetros al sur de Concordia, provincia de Entre Ríos. “Acá está acampado un pueblo arrancado de sus raíces”, escribió desde Ayuí el general Vedia, quien había sido enviado para inspeccionar el Éxodo del pueblo oriental. El Triunvirato temía que Artigas se volviera contra Buenos Aires, por eso envió a uno de sus integrantes, Manuel de Sarratea, para reemplazarlo, desconociendo su autoridad en el mando de las tropas orientales.
Entre tanto, el Triunvirato sufría la segunda desobediencia a sus órdenes: el Ejército del Norte, que debía bajar a Buenos Aires, al mando de Manuel Belgrano tomó la decisión de plantarse, en su retirada, en la ciudad de Tucumán y presentarle batalla al ejército español. El 24 de septiembre de 1812 Belgrano logró un contundente triunfo que tuvo como consecuencia política, la caída del ineficaz Primer Triunvirato. El 8 de octubre lo reemplazó otro Triunvirato con la misión de convocar a una auténtica Asamblea Nacional, con representación de los pueblos del interior, y declarar la Independencia. Sarratea fue reemplazado por Rondeau al frente del ejército del Segundo Triunvirato y Artigas fue repuesto en su mando. Orientales y porteños se unieron para sitiar nuevamente Montevideo.
En Buenos Aires, el Segundo Triunvirato convocó a una Soberana Asamblea General Constituyente, que se conocería como Asamblea del año XIII.
Así mismo, desde Buenos Aires ordenaron a la Banda Oriental el reconocimiento de la Asamblea.
Artigas entendió que esa provincia debía estar representada y tal efecto convocó un Congreso Provincial en Peñarol, junto a los muros de Montevideo. Allí estuvieron representados los distintos pueblos y villas de la campaña oriental y los emigrados de la ciudad de Montevideo, aun en poder de los españoles. El Congreso Oriental designó los diputados a la Asamblea Nacional de Buenos Aires con instrucciones precisas de declarar la independencia absoluta de España, establecer un régimen federal de gobierno con capital fuera de Buenos Aires, dentro del sistema republicano de gobierno. Ese Congreso nombró a Artigas primer gobernador militar de la provincia Oriental. Ante ese honor expresó: “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana”.
En un nuevo intento por desestabilizar la posición de Artigas, el Congreso reunido en Buenos Aires, en un verdadero atropello a la voluntad popular, no reconoció los poderes que habilitaban a los diputados orientales, aduciendo errores “de forma”. Por eso Artigas escribió al gobierno diciendo que sus representantes “a la Asamblea Constituyente, sufren el desaire de la negativa con el pretexto de unos defectos absolutamente cuestionables, no influyendo en la esencia de los poderes que presentaron. La provincia Oriental empieza a sufrir los efectos de la provocación”, e instó al Ejecutivo central a entrar “al templo augusto de la Confederación”.
El Triunvirato desconoció la autoridad de Artigas y dispuso la realización de nuevas elecciones en la Provincia Oriental y bajo las órdenes de Rondeau fueron elegidos como “diputados orientales” dos porteños. No quedaba mucho por hacer para Artigas. Decepcionado, decidió abandonar el sitio a Montevideo y marchar sólo hacia el interior, por lo que fue declarado fuera de ley por Buenos Aires. Cuando la tropa se enteró, se fueron tras él unos 3.000 hombres que se instalaron junto al caudillo en un nuevo campamento a unos kilómetros al norte de Concordia. A fines de 1813, desde Buenos Aires, se organizó una flota bajo el mando del almirante Guillermo Brown. Así, en junio de1814, se consiguió que los españoles se rindieran y Montevideo pasó a manos de las fuerzas revolucionarias.
En Buenos Aires, había caído el Segundo Triunvirato y la Asamblea decidió la concentración del poder en una nueva figura: el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El primero en asumir el cargo fue Gervasio Posadas y una de las primeras decisiones que adoptó fue la de ponerle precio a la cabeza de José Gervasio de Artigas. Por medio de un bando, el 11 de febrero de 1814, Posadas declaró a Artigas “traidor a la Patria y fuera de la ley”. Ofrecía seis mil pesos por su cabeza, vivo o muerto. Luego la medida se hizo extensiva a los fieles compañeros del caudillo dando órdenes de que “hará fusilar dentro de pocas horas, dando cuenta, y hará lo mismo con los demás jefes de los sublevados si creyese necesario”.
La influencia de Artigas se extendió hacia el Litoral y el interior de las Provincias Unidas, regiones afectadas, al igual que la Banda Oriental, por la política de libre comercio y puerto único, promovida desde Buenos Aires. Primero Entre Ríos y después Corrientes, se pronunciaron en favor del caudillo oriental. Artigas exhortó al Cabildo de Corrientes “a que a la mayor brevedad convoque a un congreso provincial”, el objetivo era lograr la autonomía federal de las provincias.
Desde Buenos Aires intentaron un acercamiento con el Jefe de los orientales. Como respuesta Artigas exigió un decreto del Director Supremo restableciendo su buen nombre y honor, el reconocimiento de la autonomía de la Banda Oriental y Entre Ríos, la continuidad del bloqueo a Montevideo por la escuadra de Brown y la conducción de la guerra bajo mando oriental. Posadas rechazó la propuesta, convencido de que la caída de Montevideo era cuestión de tiempo. La capital oriental estaba ya casi sin alimentos debido al bloqueo naval y terrestre y se iniciaban negociaciones para su capitulación. El general Rondeau, jefe del ejército sitiador fue reemplazado por el joven general Carlos María de Alvear, quien llegó a tiempo para recoger los laureles de una victoria que no le pertenecía. El 19 de junio se firmó la capitulación para la entrega de Montevideo. Con la firma de Alvear se aceptaba el reconocimiento del rey Fernando VII como legítimo monarca español y a las Provincias Unidas del Río de la Plata como integrantes de sus dominios. Se establecía que la ciudad sólo era entregada en calidad de depósito, que las tropas españolas serían remitidas a España con víveres provistos por los criollos y que las tropas ocupantes enarbolarían la bandera nacional. El 23, Alvear entró a Montevideo enarbolando la bandera española. Mientras tanto, el gobierno del Directorio enviaba misiones diplomáticas a Londres y a España con dudosas propuestas.
Con Alvear como dominador de la situación en Montevideo, la guerra civil era inevitable. Artigas dio el primer paso para evitarla enviando una delegación a Montevideo para iniciar las tratativas de paz con el general Alvear. No hubo demasiados inconvenientes para llegar a un acuerdo y que Posadas lo aprobara. Se convino que el honor y la reputación del ciudadano Artigas sería reivindicado, que quedaría como comandante de la campaña, que le sería devuelto el regimiento de Blandengues y, a cambio, todo el Uruguay debía reconocer y obedecer al Gobierno Supremo de las Provincias.
Pese al reconocimiento y la rehabilitación del caudillo "al reponerle con todos sus honores y prerrogativas, y confiarle el empleo de comandante general de la campaña oriental de Montevideo”, Artigas siguió siendo un obstáculo para los intereses del Directorio en su afán de consolidar el frente interno sometiendo a aquellos que no acordaban con su política de pacificación con España. Es por eso que, un mes después del acuerdo, fue nombrado gobernador de la Banda Oriental el jefe militar Soler, en cuya designación se aclaraba que se trataba de "precaver los gravísimos males que prepara a la Patria la obstinación del desnaturalizado don José Artigas".
Continuaron las hostilidades contra los orientales. El ejército alvearista, al mando del coronel Manuel Dorrego atacó al coronel Otorgués, segundo de Artigas, en Marmarajá y lo derrotó completamente. Envalentonado por el triunfo sobre Otorgués, el ejército al mando de Dorrego cargó sobre las fuerzas artiguistas de Fructuoso Rivera. El triunfo de los orientales, cerca del arroyo Guayabo, fue aplastante y Dorrego apenas pudo cruzar el río Uruguay con un puñado de sobrevivientes. En un acto desesperado, un nuevo bando del Director Posadas ordenaba que serían "tratados como asesinos e incendiarios" quienes siguieran al caudillo oriental.
Sin embargo, el prestigio de Artigas se extendía más allá del Río Uruguay; en las tropas de Alvear, Dorrego y Soler fueron cosa natural las deserciones a favor de las fuerzas de Artigas.
Mientras tanto, la situación de Alvear se debilitaba; el ejército del Norte al que había sido designado no lo quería, la opinión del país estaba, en general, en su contra frente a sus posturas políticas y España amenazaba con enviar ejércitos para recuperar sus antiguos dominios. Alvear, para tratar de fortalecerse, buscó "restablecer la buena inteligencia entre este gobierno superior y el general Artigas", por eso envió a la Banda Oriental a un comisionado, Nicolás Herrera, con la aparente promesa de entregar Montevideo a las fuerzas del General Artigas.
Claro que esa entrega no iba a ser completa. Previamente la Plaza fue totalmente desmantelada; armas, municiones y pólvora ya no estaban cuando Otorgués se hizo dueño de la ciudad para hacer flamear la bandera "blanco en medio, azul en los extremos, y en medio de éstos unos listones colorados, signos de la distinción de nuestra grandeza, de nuestra decisión por la República y de la sangre derramada para sostener nuestra libertad e independencia" como lo describiera Artigas.
Logrado el objetivo de recuperar Montevideo, Artigas se negó a aceptar un convenio con Alvear, donde el gobierno nacional se disponía a respetar la independencia de la Banda Oriental. El caudillo no cayó en esta nueva trampa del Directorio que lo iba a mostrar dispuesto a desmembrar a la Patria.
La coherencia política de Artigas frente al centralismo porteño, desembocó en la adhesión de Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos, Corrientes y Misiones, a la causa del caudillo oriental, formando la Liga de los Pueblos Libres. Artigas fue nombrado Protector de la Liga, y junto a los jefes de esas provincias inició su lucha contra el centralismo del Directorio. La situación del Director Supremo Carlos María de Alvear se tornó insostenible y debió renunciar. En Buenos Aires se produjo una nueva reivindicación del caudillo oriental. Ante la presencia del Director Interino Alvarez Thomas, miembros del Cabildo, jefes militares y gran cantidad de público reunidos en la Plaza de la Victoria, fueron quemados todos los “decretos, bandos y libelos” que se publicaron contra Artigas. Además, se emitió un edicto que reivindicaba al "ilustre y benemérito jefe de los orientales". Estos reconocimientos no alcanzaron. Las relaciones con el nuevo Director Supremo tuvieron el mismo tono de violencia y tirantez que con los antecesores. Así y todo, Alvarez Thomas no intentó someter a la Banda Oriental bajo el dominio de Buenos Aires.
En mayo de 1815, Artigas instaló su campamento en Purificación del Hervidero, sobre el río Uruguay, pocos kilómetros al sur de la actual ciudad de Salto, que se transformó en la capital de la Liga Federal.
Con sus convicciones políticas intactas, Artigas convocó a una reunión de representantes de la Liga de los Pueblos Libres. En junio de 1815, los diputados, representantes de la Banda Oriental, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos, Corrientes, y las Misiones llegaron hasta el Arroyo de la China, donde los esperaba el Jefe Oriental para sesionar en lo que se denominó el Congreso de Oriente.
Además de confirmar la vocación por una República Federal, el Congreso de los Pueblos Libres juró declarar la independencia de España e izar la bandera tricolor. Ese mismo año el General Artigas sancionó el memorable Reglamento de Tierras. La defensa del criollo pobre, del negro, del indio, formaba parte del pensamiento artiguista, y el caudillo lo expresó en una frase definitiva: “Los más infelices serán los más privilegiados”. A la democracia política que propugnaba, Artigas agregó, con esta verdadera reforma agraria, un contenido de democracia social y económica, inédito por estas tierras. El propósito fundamental era transformar a la población rural desheredada, esto es los "gauchos errabundos", en pequeños propietarios y por lo tanto libres e independientes. A los indios charrúas se les asignó un territorio para su subsistencia. Es decir, "convertir a un tipo humano noble y vigoroso, pero socialmente infecundo, en un constructor, en el fundador de la familia y de la nación."
Desde Buenos Aires, tanto se convocaba a un nuevo Congreso a reunirse en la ciudad de Tucumán, como, por otro lado, se alentaba la invasión de la Banda Oriental por parte de Portugal para terminar con la influencia de Artigas. Los representantes elegidos en el Congreso de Oriente no concurrieron al de Tucumán, convocado por el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón, que terminó declarando la Independencia de las “Provincias Unidas del Río de la Plata”.
De modo que las provincias integrantes de la “Liga de los Pueblos Libres” no fueron tenidas en cuenta por Buenos Aires a la hora de negociar, con el Imperio Portugués y sus representantes en Río de Janeiro, el reconocimiento del nuevo estado independiente. Esta situación permitió un nuevo avance del ejército portugués.
El caudillo oriental se mantuvo firme en su decisión de liberar a su pueblo de la invasión: "Lo que nos interesa es mantener el país libre de semejante tiranía... el enemigo está enfrascado en una guerra de exterminio, cada día tomo mis providencias como para continuar la guerra con mas ardor, aunque un hombre solo me quede con él he de hacer la guerra, no descansaré fatiga, ni sacrificio hasta no ver realizado el objeto de mis afanes". El 2 de noviembre de 1816 escribía esas líneas para finalizar reclamando al gobierno de Buenos Aires la misma energía para "sellar con dignidad esta Grande Obra."
El gobierno de Pueyrredón firmó en diciembre de 1816 un acuerdo con los representantes enviados por el jefe artiguista de Montevideo, coronel Barreiro. El acuerdo establecía el reconocimiento de la autoridad del Congreso y el gobierno nacional, juramento de la independencia proclamada en Tucumán, izamiento de la Bandera nacional, aceptación de la Banda Oriental de ser una provincia más dentro de las “Provincias Unidas” y el envío de diputados al Congreso. El gobierno daría 100.000 cartuchos, 1000 fusiles, 8 cañones, 10.000 kilos de pólvora y 1.000 hombres para su defensa. Pueyrredón quiso declarar la guerra a Portugal, pero el Cabildo de Buenos Aires se lo negó. Lo mismo ocurrió con el Congreso que le ordenó al Director que "no haga declaración de guerra alguna a Portugal", hasta tanto ese cuerpo no se reuniera.
Sea por las presiones del Congreso o de las oligarquías, de ambos lados del Río de la Plata que se oponían al proyecto de Artigas, el Director Supremo Pueyrredón y el Imperio Portugués acordaron la ocupación de la ciudad de Montevideo y se abrió la posibilidad de que la invasión se extendiera a las demás provincias artiguistas.
En 1817 los portugueses entraron a Montevideo y Buenos Aires firmó con Brasil un pacto vergonzoso en el que se comprometió a cederle por un tiempo la Banda Oriental, con la condición de que ellos no apoyaran a la flota que el rey Fernando VII enviaba al Río de la Plata.
La superioridad numérica del enemigo hizo imposible toda resistencia. El coronel Barreiro decidió evacuar Montevideo, en cuya plaza entraron los invasores enarbolando las insignias de la casa de Braganza (Dinastía gobernante en Portugal).
El gobierno del Directorio mas preocupado por mantener las fronteras del norte y el oeste, dejaba librada a su suerte a otra provincia del territorio nacional. Pueyrredón estaba decidido a terminar con la oposición que significaba Artigas. Varias eran las razones: en primer lugar el artiguismo, que había nacido en la Banda Oriental, ya ocupaba la zona Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes. Era la única zona del interior que podía generar riquezas y Buenos Aires quería controlarla para no empobrecerse. Tanto Buenos Aires, como el Litoral, eran las más importantes regiones productoras de cuero y tasajo (carne salada); principales fuentes de ingresos por las exportaciones.
Por otra parte las ideas de Artigas amenazaban el mantenimiento del orden social pretendido por Buenos Aires, ya que este movimiento popular, formado por peones, capataces y pequeños hacendados se había alzado contra los grandes propietarios. Además, Los Pueblos Libres tenían un ejército poderoso y controlaban una región que podía convertirse en otro estado, competidor de la hegemonía de Buenos Aires, con una propuesta política diferente para las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Las tropas brasileñas que ocuparon la Banda Oriental y la traición consumada obligaron a Artigas a abandonar Montevideo.
A fines de 1819, el gobierno central en Buenos Aires fue asumido por Juan José Rondeau, quien comenzó a organizar las acciones tendientes a dominar a las provincias fieles a Artigas. Entonces, la Liga de los Pueblos Libres se encontró entre dos fuegos. En la Banda Oriental, los portugueses, y en el Litoral las fuerzas del Directorio. Artigas entendió que era necesario pasar a la ofensiva atacando a los portugueses que acampaban en Río Grande, a la vez que Francisco Ramírez de Entre Ríos y Estanislao López de Santa Fe unían sus fuerzas para enfrentar a Buenos Aires.
Santa Fe, bajo el mando de Estanislao López había establecido una Constitución de orientación federal y democrática; las mismas ideas eran defendidas en Entre Ríos por Francisco Ramírez.
Las fuerzas federales al mando de López y Ramírez invadieron Buenos Aires y obtuvieron en Cepeda un resonante triunfo sobre las tropas del Directorio, comandadas por Rondeau. Fue el fin del Directorio y del Congreso. Pero Artigas no tuvo la misma suerte; fue derrotado por los portugueses en Tacuarembó y, abandonado por el comandante Fructuoso Rivera, debió cruzar el río Uruguay con un puñado de fieles, e internarse en la provincia de Entre Ríos.
La desaparición del gobierno Central dejó un espacio vacío, pero las provincias seguirían existiendo y proclamándose unidas.
El Cabildo de Buenos Aires reasumió interinamente el mando de la ciudad y provincia de Buenos Aires. Eligió como gobernador a Manuel de Sarratea, quien "el 23 de febrero de 1820 se entrevistó con E. López y F. Ramírez en la localidad de Pilar, provincia de Buenos Aires, firmando el tratado que lleva ese nombre" . En su Artículo primero, el Tratado ratifica la voluntad de las partes "respecto al sistema de gobierno que debe regirlas se ha pronunciado en favor de la federación que de hecho admiten. Pero que debiendo declararse por Diputados nombrados por la libre elección de los Pueblos, se someten a sus deliberaciones...", y más adelante agrega: "Y como están persuadidos que todas las Provincias de la Nación aspiran a la organización de un gobierno central..." Estas líneas del primero de los doce artículos son claras referencias a la voluntad indudable de los caudillos del litoral por conformar una República Federal.
Pero, para el Protector de los Pueblos Libres, la firma del Pacto sin su consentimiento, y que no se haya obligado a Buenos Aires a declararle la guerra a Portugal, fue "la peor y más horrorosa de las traiciones". Francisco Ramírez rompió relaciones con Artigas, pues no aceptaba compartir el liderazgo de su territorio.
Artigas acosado por los portugueses por un lado y por su antiguo aliado, aún conservaba influencia en la Mesopotamia. Para mantener su liderazgo, el 24 de abril de 1820 Artigas firmó con representantes de Corrientes y Misiones el pacto conocido como Liga de Ávalos. Esta alianza ofensiva y defensiva entre las tres provincias ponía en claro las intenciones del caudillo oriental: “reunidas en Congreso para resolver lo más conveniente por sostener la Libertad e Independencia de estas Provincias contra los enemigos exteriores, en orden a los intereses de la Federación y de común acuerdo...” Con este acuerdo, Artigas siguió manteniendo el reconocimiento de su liderazgo político y militar y no abandonó sus principios federalistas como lo expresaba el artículo quinto: “Las provincias de la Liga no pueden ser perjudicadas ni en la libre elección de sus Gobiernos, ni en su administración económica según los principios de la Federación.”
Dos meses después de este acuerdo, las tropas de Ramírez comenzaron su acoso contra Artigas y luego de sucesivas batallas el jefe Oriental fue vencido el 24 de julio de 1820 en Ávalos (Corrientes). Viendo que su causa estaba perdida y para evitar mayor derramamiento de sangre entre hermanos, Artigas disolvió su tropa y el 5 de septiembre de 1820 cruzó el Paraná. Buscó asilo en Paraguay, dejando atrás su patria y su familia.
Gaspar Rodríguez de Francia, gobernante de Paraguay, le dio refugio, pero Artigas no podía mantener correspondencia con nadie fuera de ese país. Su único acompañante durante el resto de su vida fue el “Negro Ansina”, leal compañero de sus luchas. Artigas se dedicó a la agricultura como medio de vida y como había hecho con los charrúas de su tierra natal, se ganó la estima de los indígenas del Paraguay, quienes lo llamaban “Karaí – Guazú”, Gran Señor y Padre de los Pobres.
"Ya no tengo patria" exclamo Artigas al enterarse de la independencia de su amada Banda Oriental.
Después de treinta años de exilio, Artigas falleció el 23 de septiembre de 1850 a los 86 años de edad y cinco años después sus restos fueron repatriados.
Sus cenizas se encuentran depositadas en el Panteón Nacional de Uruguay, en un mausoleo construido en su honor.

“En Artigas está el germen de todas las soluciones nacionales: independencia política y económica, federalismo, unión rioplatense, mercado regional, progreso armonizado con la tradición, democracia” .



Discurso inaugural de Artigas al Congreso de abril de 1813
“Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana.”

“Ciudadanos: El resultado de la campaña pasada me puso al frente de vosotros por el voto sagrado de vuestra voluntad general. Hemos recorrido 17 meses cubiertos de la gloria y la miseria, y tengo la honra de volver a hablaros en la segunda vez que hacéis uso de vuestra soberanía. En ese período yo creo que el resultado correspondió a vuestros designios grandes. El formará la admiración de las edades. Los portugueses no son los señores de nuestro territorio. De nada habrían servido nuestros trabajos, si con ser marcados con la energía y constancia no tuviesen por guía los principios inviolables del sistema que hizo su objeto.
Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana. Vosotros estáis en el pleno goce de vuestros derechos: ved ahí el fruto de mis ansias y desvelos, y ved ahí también todo el premio. Yo tengo la satisfacción honrosa de presentaros de nuevo mis sacrificios y desvelos, si gustáis hacerlo estable. Nuestra historia es la de los héroes. El carácter constante y sostenido que habéis ostentado en los diferentes lances que ocurrieron, anunció al mundo la época de la grandeza. Sus monumentos majestuosos se hacen conocer desde los muros de nuestra ciudad hasta las márgenes del Paraná. Cenizas y ruinas, sangre y desolación, he ahí el cuadro de la Banda Oriental, y el precio costoso de su regeneración. Pero ella es pueblo libre.
El estado actual de sus negocios es demasiado crítico para dejar de reclamar su atención. La asamblea general tantas veces anunciada empezó ya sus sesiones en Buenos Aires. Su reconocimiento nos ha sido ordenado. Resolver sobre este particular ha dado motivo a esta congregación, porque yo ofendería altamente vuestro carácter y el mío, vulneraría enormemente vuestros derechos sagrados, si pasase a decidir por mí una materia reservada sólo a vosotros. Bajo ese concepto, yo tengo la honra de proponeros los tres puntos que ahora deben hacer objeto de vuestra expresión soberana.
1º. Si debemos proceder al reconocimiento de la Asamblea General antes del allanamiento de nuestras pretensiones encomendadas a vuestro diputado don Tomás García de Zúñiga.
2º. Proveer de mayor número de diputados que sufraguen por este territorio en dicha asamblea.
3º. Instalar aquí una autoridad que restablezca la economía del país.
Para facilitar el acierto en la resolución del primer punto, es preciso observar que aquellas pretensiones fueron hechas consultando nuestra seguridad ulterior. Las circunstancias tristes a que nos vimos reducidos por la expulsión de Sarratea, después de sus violaciones en el Ayuí, eran un reproche tristísimo a nuestra confianza desmedida, y nosotros cubiertos de laureles y de glorias, retornábamos a nuestro hogar llenos de la execración de nuestros hermanos, después de haber quedado miserables, y haber prodigado en obsequio de todos quince años de sacrificio.
El ejército conocía que iba a ostentarse el triunfo de su virtud, pero él temblaba por la reproducción de aquellos incidentes fatales que lo habían conducido a la Precisión del Yí; él ansiaba por el medio de impedirla y creyó a propósito publicar aquellas pretensiones. Marchó con ellas nuestro diputado. Pero habiendo quebrado la fe de la suspensión el señor de Sarratea, fue preciso activar con las armas el artículo de su salida. Desde este tiempo empecé a recibir órdenes sobre el reconocimiento en cuestión.
El tenor de mis contestaciones es el siguiente:
Ciudadanos: los pueblos deben ser libres. Ese carácter debe ser su único objeto, y formar el motivo de su celo. Por desgracia va a contar tres años nuestra revolución, y aún falta una salvaguardia general al derecho popular. Estamos aún bajo la fe de los hombres y no aparecen las seguridades del contrato. Todo extremo envuelve fatalidad; por eso una desconfianza desmedida sofocaría los mejores planes; ¿pero es acaso menos terrible un exceso de confianza?
Toda clase de precaución debe prodigarse cuando se trata de fijar nuestro destino. Es muy veleidosa la probidad de los hombres, sólo el freno de la constitución puede afirmarla. Mientras ella no exista, es preciso adoptar las medidas que equivalgan a la garantía preciosa que ella ofrece. Yo opinaré siempre, que sin allanar las pretensiones pendientes, no debe ostentarse el reconocimiento y jura que se exigen. Ellas son consiguientes del sistema que defendemos y cuando el ejército las propuso, no hizo más que decir, quiero ser libre.
Orientales: sean cual fuesen los cálculos que se formen, todo es menos temible que un paso de degradación, debe impedirse hasta el que aparezca su sombra. Al principio todo es remediable. Preguntáos a vosotros mismos si queréis volver a ver crecer las aguas del Uruguay con el llanto de vuestras esposas, y acallar sus bosques el gemido de vuestros tiernos hijos;
paisanos: acudid sólo a la historia de vuestras confianzas. Recordad las amarguras del Salto; corred los campos ensangrentados de Bethlem, Yapeyú, Santo Tomé y Tapecuy; traed a la memoria las intrigas del Ayuí, el compromiso del Yí, las transgresiones del Paso de la Arena. ¡Ah, cuál execración será comparable a la que ofrecen esos cuadros terribles!
Ciudadanos: la energía es el recurso de las almas grandes. Ella nos ha hecho hijos de la victoria, y plantado para siempre el laurel en nuestro suelo. Si somos libres, si no queréis deshonrar vuestros afanes cuasi divinos y si respetáis la memoria de vuestros sacrificios, examinad si debéis reconocer la asamblea por obedecimiento o por pacto. No hay un solo motivo de conveniencia para el primer caso que no sea contrastable con el segundo, y al fin reportaréis la ventaja de haberlo conciliado todo con vuestra libertad inviolable. Esto ni por asomo se acerca a una separación nacional; garantir las consecuencias del reconocimiento no es negar el reconocimiento, y bajo todo principio nunca compatible un reproche a vuestra conducta, en tal caso, con las miras liberales y fundamentales que autorizan hasta la misma instalación de la asamblea.
Vuestro temor la ultrajaría altamente y si no hay motivo para creer que ella vulnere nuestros derechos, es consiguiente que tampoco debemos tenerle para atrevernos a pensar que ella increpe nuestra precaución. De todos modos es necesaria. No hay un solo golpe de energía que no sea marcado con el laurel. ¿Qué glorias no habéis adquirido ostentando esa virtud?
Orientales: visitad las cenizas de nuestros conciudadanos; ¡ah! ¡qué ellas desde lo hondo de sus sepulcros no nos amenacen con la venganza de una sangre que vertieron para hacerla servir a nuestra grandeza!
Ciudadanos: pensad, meditad y no cubráis de oprobio las glorias, los trabajos de quinientos veintinueve días en los que visteis la muerte de vuestros hermanos, la aflicción de vuestras esposas, la desnudez de vuestros hijos, el destrozo y exterminio de vuestras haciendas, y en que visteis restar sólo los escombros y ruinas por vestigios de vuestra opulencia antigua. Ellos forman la base del edificio augusto de nuestra libertad.
Ciudadanos: hacernos respetables es la garantía indestructible de vuestros afanes ulteriores por conservarles.
A cuatro de abril de mil ochocientos trece. Delante de Montevideo. José Artigas


Los caudillos federales

Manuel Dorrego fue otra figura clave del proceso histórico, político y social que dio lugar a la conformación de la República Argentina.
Dorrego fue fusilado en Navarro (provincia de Buenos Aires), por uno de sus antiguos compañeros de armas de la guerra por la independencia: el general Juan Lavalle. Esto es un símbolo de los enfrentamientos que vivió el país y de la violencia extrema que llevó a unitarios y federales al desencuentro que marcó gran parte del siglo XIX.
Manuel Dorrego fue víctima del escarmiento que los unitarios quisieron dar a una fuerza política que defendía los intereses del país por encima de los del extranjero.

Manuel Críspulo Bernabé Dorrego nació en Buenos Aires el 11 de junio de 1787; hijo del próspero comerciante portugués José Antonio de Dorrego y de la porteña María de la Ascensión Salas; fue el menor de cinco hermanos y disfrutó de una infancia sin privaciones dada la sólida posición económica familiar. Realizó sus primeros estudios en el Real Colegio de San Carlos, y a principios de 1810 comenzó sus estudios de leyes en Chile en la Universidad de San Felipe. Fue allí que se convirtió en uno de los cabecillas de un grupo de estudiantes patriotas que se animaron a reclamar la renuncia del gobernador español cuando se desencadenó la Revolución de Mayo de 1810 en Buenos Aires.
Tras el triunfo del movimiento emancipador chileno, el 18 de setiembre del mismo año, el joven Manuel Dorrego abandonó las leyes y abrazó las armas. Ingresó al ejército patriota trasandino y ganó los nombramientos de Benemérito y Capitán del Batallón de Granaderos cuando reprimió con eficacia un intento contrarrevolucionario dirigido por el coronel español Figueroa. El gobierno chileno, en reconocimiento a sus servicios, le otorgó una medalla con la leyenda “Chile, a su primer defensor”.
En junio de 1811, retornó a Buenos Aires y se incorporó a las tropas comandadas por Cornelio Saavedra que marchaban en socorro del Ejército del Norte dirigido por Manuel Belgrano, que había sido derrotado en la batalla de Huaqui, en el intento de ganar la región del Paraguay para la Revolución. Luego de la revolución de septiembre de 1811, de la que surgió el Primer Triunvirato como nueva forma de gobierno, Dorrego quedó bajo las órdenes de Juan Martín de Pueyrredón, integrando la avanzada que comandaba el General Díaz Vélez. El 11 enero de 1812, Dorrego resultó herido dos veces en el combate de Nazareno ( ), en el brazo derecho y en un pie. Al día siguiente, al atravesar el río Suipacha, recibió un balazo en el cuello y a causa de esa herida quedó con la cabeza inclinada hacia un hombro por el resto de sus días. En su parte de guerra el General Díaz Vélez manifestó acerca de Dorrego: “Su resuelta bravura ha admirado a nuestras tropas y aterrado al enemigo”
Este precursor de la independencia americana participó heroicamente en las batallas de Salta y Tucumán a las órdenes de Manuel Belgrano, pero por actos de indisciplina fue separado del mando del Batallón de Cazadores, y enviado a la provincia de Jujuy. Luego de las derrotas sufridas por los patriotas en Vilcapugio y Ayohuma fue reincorporado al frente de un Regimiento de Partidarios y como jefe de retaguardia cubrió la retirada de Belgrano en Jujuy. Bajo el mando del General José de San Martín y ya con el grado de coronel, intervino en la formación de las milicias gauchas pero por desinteligencias con el Libertador sufrió un nuevo confinamiento, esta vez en Santiago del Estero.
En junio de 1814 el Directorio (forma de gobierno unipersonal surgida de la Asamblea del Año XIII) ordenó su regreso a Buenos Aires. Incorporado al ejército regular, debió enfrentar a las tropas de Artigas en la Banda Oriental con variada suerte. Para esa misma época, Manuel Dorrego contrajo matrimonio con Angela Baudrix, con quien tuvo dos hijas: Isabel y Angelita.
El desarrollo de su pensamiento político, a favor de los necesitados y de los intereses del país y su pronunciamiento por la forma de gobierno federal, lo llevó a confrontar con el Directorio. Dorrego pidió pasar con su regimiento al ejército que San Martín preparaba en Mendoza, repudiando la situación de guerra civil planteada, cuando el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón envió a invadir la provincia de Santa Fe (por la oposición a Buenos Aires y su alianza con Artigas). En represalia, el Director Supremo lo condenó a la pena del destierro.
El 15 de noviembre de 1816, Manuel Dorrego fue violentamente detenido y embarcado hacia un destino que sólo al tercer día de travesía conoció: los Estados Unidos de Norteamérica. Luego de un largo y accidentado viaje, llegó a Baltimore donde escribió un conmovedor documento: “Cartas Apologéticas”, en el que rechazó con verdad y firmeza los cargos adjudicados en el decreto de Pueyrredón. Durante tres años tuvo que soportar la amargura del exilio, pero como los hombres pasan, Pueyrredón pasó.
A la caída del Directorio en 1820, Manuel Dorrego regresó al país. Manuel de Sarratea, como gobernador de Buenos Aires, lo exoneró de culpa y cargo; fue rehabilitado en su grado de Coronel, tuvo el mando militar de la ciudad.
Dentro de un proceso de inestabilidad política, en el que los gobernadores de Buenos Aires se sucedían en medio de traiciones, ambiciones y sublevaciones, Manuel Dorrego tuvo un fugaz protagonismo. Fue nombrado gobernador interino de la provincia de Buenos Aires, pero los antagonismos políticos de la época lo obligaron a renunciar cuando fue derrotado en Gamonal, por el caudillo de Santa Fe, Estanislao López. Entonces, Manuel Dorrego presentó su candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires y en elecciones fue vencido por Martín Rodríguez. Dorrego hizo que sus tropas reconocieran al nuevo gobernador y rehusó el ofrecimiento del grado de Brigadier que le hiciera Rodríguez. Se retiró a su residencia de San Isidro, pero no de la lucha política. Desde la oposición defendió el federalismo, esto le valió un nuevo confinamiento que lo llevó a la región de Cuyo; huyó a Montevideo y regresó a Buenos Aires al amparo de la Ley del Olvido en 1823.
Sus estadías y alejamientos forzados de Buenos Aires, donde se gestaban los sucesos políticos del país, fueron aprovechados por Dorrego para conformar su visión nacional de la política. Fue así que se internó en el estudio del federalismo norteamericano y lo complementó con su conocimiento de la política, la economía y la idiosincrasia de las provincias. A esto le sumó su férrea oposición a los intentos monárquicos que promovían los unitarios bajo la clara inspiración de la política anglo-francesa. Por último, comprendió que era indispensable no combatir a los caudillos provinciales, sino apoyarse en ellos para llevar adelante una política nacional.
Durante la gobernación de Martín Rodríguez, Manuel Dorrego se convirtió en el principal opositor a la política de reformas administrativas y económicas que llevaba adelante el ministro Bernardino Rivadavia, ya que acentuaban la penetración de los intereses británicos en el Río de la Plata. El capital extranjero se hacía presente en estas tierras por medio de empréstitos, bancos, concesiones a empresas mineras; inundando con sus manufacturas el mercado local y ejerciendo el control de sus intereses a través de la diplomacia.
Los hombres de la ciudad y de la campaña elegían a los integrantes de la Junta de Representantes, quienes a su vez elegían al Gobernador. El Partido del Orden (Rivadaviano) imponía su mayoría ya que los gauchos de las estancias votaban disciplinadamente lo que el patrón ordenaba y, en la ciudad, los empleados públicos y los soldados hacían lo mismo. Pero, cuando Dorrego fue electo diputado por Santiago del Estero, defendió las instituciones republicanas oponiéndose a esta a filosofía unitaria.
En la Constitución de 1826 se suspendía el derecho a votar en elecciones a los “criados a sueldo, peones, jornaleros y simples soldados de línea”. Esto constituyó uno de los principales motivos de sus enfrentamientos con el Partido del Orden. Manuel Dorrego predicaba constantemente a favor del sufragio popular, denunciando que se privaba del derecho del voto al 95 % de los ciudadanos. Estas ideas lo convirtieron en el líder del Partido Popular, ganando prestigio en las provincias, donde se lo consideraba uno de los mas importantes referentes del federalismo de Buenos Aires. Pero el tema que más claramente dividió las opiniones de estos dos partidos fue la cuestión por la Banda Oriental que había sido invadida por Brasil. La indiferencia del gobierno de Buenos Aires, frente a la usurpación, desembocó en una guerra con consecuencias políticas impensadas.
Por resolución del Congreso General Constituyente de 1825 el gobierno de Buenos Aires era el Encargado de las Relaciones Exteriores del país. Cuando en diciembre de 1825 estalló la Guerra con el Brasil, el mismo Congreso votó la creación del cargo de presidente de las Provincias Unidas y eligió a Bernardino Rivadavia para ejercer la magistratura y la conducción del conflicto.
La guerra desgastó los recursos y las fuerzas, tanto de Buenos Aires como de las demás provincias. Rivadavia intentó un acuerdo de paz con Brasil, pero resultó un fracaso vergonzoso ya que el enviado argentino a Río de Janeiro, Manuel García, aceptaba y concedía todo lo que los brasileños pedían y los representantes de Gran Bretaña sugerían. El Congreso no convalidó el acuerdo, en que el gobierno argentino aceptaba la independencia de la Banda Oriental; Rivadavia debió renunciar y el Congreso se disolvió. En Buenos Aires una nueva Legislatura eligió como gobernador al indiscutido jefe del Partido Popular: Coronel Manuel Dorrego.
El 12 de agosto de 1827, el Coronel Manuel Dorrego fue designado Gobernador y Capitán General del Estado de Buenos Aires, por la Junta de Representantes. Pero, entre tanto, en la ciudad puerto, en el Partido Unitario y en las filas del ejército, se conspiraba contra el gobernador. Desde un primer momento, Dorrego intentó llevar a cabo una política nacional e independiente de las influencias de la diplomacia británica y francesa. Los hacendados comandados por Rosas apoyaron al gobierno de Dorrego, aunque muchos no compartían su obstinación por continuar con la guerra hasta la victoria. Con un Estado en crisis financiera, debido a la deuda acumulada por el fracasado régimen presidencial, el apoyo de los hacendados era fundamental. Dorrego sabía que su poder era precario y que cuando finalizara la guerra debería enfrentar nuevos conflictos políticos.
El gobernador se ganó el favor de las clases populares fijando, entre otras medidas, precios máximos para los alimentos; y la suspensión del reclutamiento militar forzoso de los desocupados. Sin embargo, debido a la prolongación de la guerra, de a poco, perdió el inicial apoyo político y financiero de los terratenientes, quienes no podían vender sus productos al extranjero. Por este motivo le negaron recursos económicos para continuar la guerra y lo obligaron a iniciar conversaciones de paz con Brasil. Entonces, Manuel Dorrego debió enfrentar a una clase social poderosa económicamente que le daba la espalda, a una diplomacia extranjera que perseguía un único objetivo: la independencia de la Banda Oriental y a una oposición unitaria dispuesta a derrocarlo en cuanto la oportunidad se presentase. El coronel Dorrego entendía a la Banda Oriental como parte irrenunciable del territorio nacional, de allí su compromiso a continuar con la Guerra.
Gran Bretaña había decidido bastante tiempo atrás que la Banda Oriental debía ser un “estado tapón” entre Brasil y Argentina, para asegurarse la “libre navegación” en el Río de la Plata. El control del comercio a través del Río de la Plata era una constante aspiración de los europeos para introducir sus productos, que recién se concretaría en 1852 luego de la derrota de Rosas en Caseros.
La situación heredada de los gobiernos unitarios y el conflicto con Brasil atenazaron al gobierno de Dorrego, quien coherente con su pensamiento político, buscó apoyo en los caudillos del interior.
La Convención de Santa Fe, convocada por Dorrego y a la que asistieron los representantes de las provincias, fue una honesta tentativa de organizar el país con bases federales en medio de la complicada situación política y económica por la que se atravesaba. Su primera tarea fue discutir el Tratado de Paz con el Brasil, el que se aceptó con elogios el día 26 de setiembre de 1827.
Debido a la lejanía territorial, las provincias no sentían como propio el conflicto en el que se debatía el gobernador de Buenos Aires. Para los productos del interior del país, el bloqueo brasileño había derivado en una suerte de proteccionismo del que no habían disfrutado con las políticas liberales de los gobiernos unitarios, por lo tanto, rechazaban un acuerdo de paz con Brasil. Estas contradicciones de intereses no le dieron a Dorrego el apoyo que necesitaba, y el destino de su gobierno quedaba sellado. Hombres y circunstancias se aliaron contra quien se había forjado un sólido prestigio: Dorrego tuvo que firmar la paz con Brasil y aceptar la independencia de la Banda Oriental.
El 28 de noviembre de 1828, retornaron las tropas nacionales comandadas por el general Juan Lavalle; el 30 se produjo la reunión de unitarios en la que se decidió el golpe de estado. El 1º de diciembre, Dorrego intentó una entrevista con su antiguo compañero de armas, pero Lavalle al creerse descubierto se negó. El Gobernador Dorrego se dirigió a la campaña en busca de la ayuda de Juan Manuel Rosas para enfrentar a las fuerzas unitarias. Pero Rosas sostenía que se debían evitar todo tipo de enfrentamientos, dirigirse hacia Santa Fe a reunirse con Estanislao López, y allí reorganizar las fuerzas.
El 9 de diciembre, Dorrego presentó combate y fue derrotado por las fuerzas de Lavalle en Navarro. Fue capturado, y el 13 de diciembre fusilado por orden del General Lavalle y por instigación de los unitarios porteños Salvador María del Carril y Juan Cruz Varela. La traición y el desprecio a la autoridad legal habían destruido al gobierno provincial de Buenos Aires y a su representante legítimo.
El fusilamiento de Dorrego desató en el país una lucha política con las características de una violencia nunca vista hasta ese momento. Las cartas que Dorrego escribió momentos antes de ser ejecutado son un descarnado testimonio de ese trágico suceso.
Lavalle se hizo nombrar gobernador interino y estableció una dictadura militar que provocó sublevaciones en todo el interior de la provincia. El descontento fue encausado y dirigido por Juan Manuel de Rosas, en ese entonces, Comandante General de la Campaña.
Hasta en los grupos unitarios se horrorizaban de las persecuciones y los castigos desmedidos que aplicaba Lavalle a todo aquél que consideraba su enemigo político. Rosas, al frente de los opositores al gobierno, acorraló a las tropas de Lavalle quien se vio obligado a renunciar y firmar el denominado Pacto de Cañuelas.

La herencia política de Dorrego fue recogida por Juan José Viamonte. Juntos habían defendido los principios republicanos en una época plagada de ideas monárquicas. Viamonte, como gobernador interino, restableció la Legislatura Provincial de los tiempos de Dorrego. Y esa misma institución, en diciembre de 1829, designó como gobernador a Juan Manuel de Rosas.