viernes, 25 de septiembre de 2009

Los caudillos federales

Manuel Dorrego fue otra figura clave del proceso histórico, político y social que dio lugar a la conformación de la República Argentina.
Dorrego fue fusilado en Navarro (provincia de Buenos Aires), por uno de sus antiguos compañeros de armas de la guerra por la independencia: el general Juan Lavalle. Esto es un símbolo de los enfrentamientos que vivió el país y de la violencia extrema que llevó a unitarios y federales al desencuentro que marcó gran parte del siglo XIX.
Manuel Dorrego fue víctima del escarmiento que los unitarios quisieron dar a una fuerza política que defendía los intereses del país por encima de los del extranjero.

Manuel Críspulo Bernabé Dorrego nació en Buenos Aires el 11 de junio de 1787; hijo del próspero comerciante portugués José Antonio de Dorrego y de la porteña María de la Ascensión Salas; fue el menor de cinco hermanos y disfrutó de una infancia sin privaciones dada la sólida posición económica familiar. Realizó sus primeros estudios en el Real Colegio de San Carlos, y a principios de 1810 comenzó sus estudios de leyes en Chile en la Universidad de San Felipe. Fue allí que se convirtió en uno de los cabecillas de un grupo de estudiantes patriotas que se animaron a reclamar la renuncia del gobernador español cuando se desencadenó la Revolución de Mayo de 1810 en Buenos Aires.
Tras el triunfo del movimiento emancipador chileno, el 18 de setiembre del mismo año, el joven Manuel Dorrego abandonó las leyes y abrazó las armas. Ingresó al ejército patriota trasandino y ganó los nombramientos de Benemérito y Capitán del Batallón de Granaderos cuando reprimió con eficacia un intento contrarrevolucionario dirigido por el coronel español Figueroa. El gobierno chileno, en reconocimiento a sus servicios, le otorgó una medalla con la leyenda “Chile, a su primer defensor”.
En junio de 1811, retornó a Buenos Aires y se incorporó a las tropas comandadas por Cornelio Saavedra que marchaban en socorro del Ejército del Norte dirigido por Manuel Belgrano, que había sido derrotado en la batalla de Huaqui, en el intento de ganar la región del Paraguay para la Revolución. Luego de la revolución de septiembre de 1811, de la que surgió el Primer Triunvirato como nueva forma de gobierno, Dorrego quedó bajo las órdenes de Juan Martín de Pueyrredón, integrando la avanzada que comandaba el General Díaz Vélez. El 11 enero de 1812, Dorrego resultó herido dos veces en el combate de Nazareno ( ), en el brazo derecho y en un pie. Al día siguiente, al atravesar el río Suipacha, recibió un balazo en el cuello y a causa de esa herida quedó con la cabeza inclinada hacia un hombro por el resto de sus días. En su parte de guerra el General Díaz Vélez manifestó acerca de Dorrego: “Su resuelta bravura ha admirado a nuestras tropas y aterrado al enemigo”
Este precursor de la independencia americana participó heroicamente en las batallas de Salta y Tucumán a las órdenes de Manuel Belgrano, pero por actos de indisciplina fue separado del mando del Batallón de Cazadores, y enviado a la provincia de Jujuy. Luego de las derrotas sufridas por los patriotas en Vilcapugio y Ayohuma fue reincorporado al frente de un Regimiento de Partidarios y como jefe de retaguardia cubrió la retirada de Belgrano en Jujuy. Bajo el mando del General José de San Martín y ya con el grado de coronel, intervino en la formación de las milicias gauchas pero por desinteligencias con el Libertador sufrió un nuevo confinamiento, esta vez en Santiago del Estero.
En junio de 1814 el Directorio (forma de gobierno unipersonal surgida de la Asamblea del Año XIII) ordenó su regreso a Buenos Aires. Incorporado al ejército regular, debió enfrentar a las tropas de Artigas en la Banda Oriental con variada suerte. Para esa misma época, Manuel Dorrego contrajo matrimonio con Angela Baudrix, con quien tuvo dos hijas: Isabel y Angelita.
El desarrollo de su pensamiento político, a favor de los necesitados y de los intereses del país y su pronunciamiento por la forma de gobierno federal, lo llevó a confrontar con el Directorio. Dorrego pidió pasar con su regimiento al ejército que San Martín preparaba en Mendoza, repudiando la situación de guerra civil planteada, cuando el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón envió a invadir la provincia de Santa Fe (por la oposición a Buenos Aires y su alianza con Artigas). En represalia, el Director Supremo lo condenó a la pena del destierro.
El 15 de noviembre de 1816, Manuel Dorrego fue violentamente detenido y embarcado hacia un destino que sólo al tercer día de travesía conoció: los Estados Unidos de Norteamérica. Luego de un largo y accidentado viaje, llegó a Baltimore donde escribió un conmovedor documento: “Cartas Apologéticas”, en el que rechazó con verdad y firmeza los cargos adjudicados en el decreto de Pueyrredón. Durante tres años tuvo que soportar la amargura del exilio, pero como los hombres pasan, Pueyrredón pasó.
A la caída del Directorio en 1820, Manuel Dorrego regresó al país. Manuel de Sarratea, como gobernador de Buenos Aires, lo exoneró de culpa y cargo; fue rehabilitado en su grado de Coronel, tuvo el mando militar de la ciudad.
Dentro de un proceso de inestabilidad política, en el que los gobernadores de Buenos Aires se sucedían en medio de traiciones, ambiciones y sublevaciones, Manuel Dorrego tuvo un fugaz protagonismo. Fue nombrado gobernador interino de la provincia de Buenos Aires, pero los antagonismos políticos de la época lo obligaron a renunciar cuando fue derrotado en Gamonal, por el caudillo de Santa Fe, Estanislao López. Entonces, Manuel Dorrego presentó su candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires y en elecciones fue vencido por Martín Rodríguez. Dorrego hizo que sus tropas reconocieran al nuevo gobernador y rehusó el ofrecimiento del grado de Brigadier que le hiciera Rodríguez. Se retiró a su residencia de San Isidro, pero no de la lucha política. Desde la oposición defendió el federalismo, esto le valió un nuevo confinamiento que lo llevó a la región de Cuyo; huyó a Montevideo y regresó a Buenos Aires al amparo de la Ley del Olvido en 1823.
Sus estadías y alejamientos forzados de Buenos Aires, donde se gestaban los sucesos políticos del país, fueron aprovechados por Dorrego para conformar su visión nacional de la política. Fue así que se internó en el estudio del federalismo norteamericano y lo complementó con su conocimiento de la política, la economía y la idiosincrasia de las provincias. A esto le sumó su férrea oposición a los intentos monárquicos que promovían los unitarios bajo la clara inspiración de la política anglo-francesa. Por último, comprendió que era indispensable no combatir a los caudillos provinciales, sino apoyarse en ellos para llevar adelante una política nacional.
Durante la gobernación de Martín Rodríguez, Manuel Dorrego se convirtió en el principal opositor a la política de reformas administrativas y económicas que llevaba adelante el ministro Bernardino Rivadavia, ya que acentuaban la penetración de los intereses británicos en el Río de la Plata. El capital extranjero se hacía presente en estas tierras por medio de empréstitos, bancos, concesiones a empresas mineras; inundando con sus manufacturas el mercado local y ejerciendo el control de sus intereses a través de la diplomacia.
Los hombres de la ciudad y de la campaña elegían a los integrantes de la Junta de Representantes, quienes a su vez elegían al Gobernador. El Partido del Orden (Rivadaviano) imponía su mayoría ya que los gauchos de las estancias votaban disciplinadamente lo que el patrón ordenaba y, en la ciudad, los empleados públicos y los soldados hacían lo mismo. Pero, cuando Dorrego fue electo diputado por Santiago del Estero, defendió las instituciones republicanas oponiéndose a esta a filosofía unitaria.
En la Constitución de 1826 se suspendía el derecho a votar en elecciones a los “criados a sueldo, peones, jornaleros y simples soldados de línea”. Esto constituyó uno de los principales motivos de sus enfrentamientos con el Partido del Orden. Manuel Dorrego predicaba constantemente a favor del sufragio popular, denunciando que se privaba del derecho del voto al 95 % de los ciudadanos. Estas ideas lo convirtieron en el líder del Partido Popular, ganando prestigio en las provincias, donde se lo consideraba uno de los mas importantes referentes del federalismo de Buenos Aires. Pero el tema que más claramente dividió las opiniones de estos dos partidos fue la cuestión por la Banda Oriental que había sido invadida por Brasil. La indiferencia del gobierno de Buenos Aires, frente a la usurpación, desembocó en una guerra con consecuencias políticas impensadas.
Por resolución del Congreso General Constituyente de 1825 el gobierno de Buenos Aires era el Encargado de las Relaciones Exteriores del país. Cuando en diciembre de 1825 estalló la Guerra con el Brasil, el mismo Congreso votó la creación del cargo de presidente de las Provincias Unidas y eligió a Bernardino Rivadavia para ejercer la magistratura y la conducción del conflicto.
La guerra desgastó los recursos y las fuerzas, tanto de Buenos Aires como de las demás provincias. Rivadavia intentó un acuerdo de paz con Brasil, pero resultó un fracaso vergonzoso ya que el enviado argentino a Río de Janeiro, Manuel García, aceptaba y concedía todo lo que los brasileños pedían y los representantes de Gran Bretaña sugerían. El Congreso no convalidó el acuerdo, en que el gobierno argentino aceptaba la independencia de la Banda Oriental; Rivadavia debió renunciar y el Congreso se disolvió. En Buenos Aires una nueva Legislatura eligió como gobernador al indiscutido jefe del Partido Popular: Coronel Manuel Dorrego.
El 12 de agosto de 1827, el Coronel Manuel Dorrego fue designado Gobernador y Capitán General del Estado de Buenos Aires, por la Junta de Representantes. Pero, entre tanto, en la ciudad puerto, en el Partido Unitario y en las filas del ejército, se conspiraba contra el gobernador. Desde un primer momento, Dorrego intentó llevar a cabo una política nacional e independiente de las influencias de la diplomacia británica y francesa. Los hacendados comandados por Rosas apoyaron al gobierno de Dorrego, aunque muchos no compartían su obstinación por continuar con la guerra hasta la victoria. Con un Estado en crisis financiera, debido a la deuda acumulada por el fracasado régimen presidencial, el apoyo de los hacendados era fundamental. Dorrego sabía que su poder era precario y que cuando finalizara la guerra debería enfrentar nuevos conflictos políticos.
El gobernador se ganó el favor de las clases populares fijando, entre otras medidas, precios máximos para los alimentos; y la suspensión del reclutamiento militar forzoso de los desocupados. Sin embargo, debido a la prolongación de la guerra, de a poco, perdió el inicial apoyo político y financiero de los terratenientes, quienes no podían vender sus productos al extranjero. Por este motivo le negaron recursos económicos para continuar la guerra y lo obligaron a iniciar conversaciones de paz con Brasil. Entonces, Manuel Dorrego debió enfrentar a una clase social poderosa económicamente que le daba la espalda, a una diplomacia extranjera que perseguía un único objetivo: la independencia de la Banda Oriental y a una oposición unitaria dispuesta a derrocarlo en cuanto la oportunidad se presentase. El coronel Dorrego entendía a la Banda Oriental como parte irrenunciable del territorio nacional, de allí su compromiso a continuar con la Guerra.
Gran Bretaña había decidido bastante tiempo atrás que la Banda Oriental debía ser un “estado tapón” entre Brasil y Argentina, para asegurarse la “libre navegación” en el Río de la Plata. El control del comercio a través del Río de la Plata era una constante aspiración de los europeos para introducir sus productos, que recién se concretaría en 1852 luego de la derrota de Rosas en Caseros.
La situación heredada de los gobiernos unitarios y el conflicto con Brasil atenazaron al gobierno de Dorrego, quien coherente con su pensamiento político, buscó apoyo en los caudillos del interior.
La Convención de Santa Fe, convocada por Dorrego y a la que asistieron los representantes de las provincias, fue una honesta tentativa de organizar el país con bases federales en medio de la complicada situación política y económica por la que se atravesaba. Su primera tarea fue discutir el Tratado de Paz con el Brasil, el que se aceptó con elogios el día 26 de setiembre de 1827.
Debido a la lejanía territorial, las provincias no sentían como propio el conflicto en el que se debatía el gobernador de Buenos Aires. Para los productos del interior del país, el bloqueo brasileño había derivado en una suerte de proteccionismo del que no habían disfrutado con las políticas liberales de los gobiernos unitarios, por lo tanto, rechazaban un acuerdo de paz con Brasil. Estas contradicciones de intereses no le dieron a Dorrego el apoyo que necesitaba, y el destino de su gobierno quedaba sellado. Hombres y circunstancias se aliaron contra quien se había forjado un sólido prestigio: Dorrego tuvo que firmar la paz con Brasil y aceptar la independencia de la Banda Oriental.
El 28 de noviembre de 1828, retornaron las tropas nacionales comandadas por el general Juan Lavalle; el 30 se produjo la reunión de unitarios en la que se decidió el golpe de estado. El 1º de diciembre, Dorrego intentó una entrevista con su antiguo compañero de armas, pero Lavalle al creerse descubierto se negó. El Gobernador Dorrego se dirigió a la campaña en busca de la ayuda de Juan Manuel Rosas para enfrentar a las fuerzas unitarias. Pero Rosas sostenía que se debían evitar todo tipo de enfrentamientos, dirigirse hacia Santa Fe a reunirse con Estanislao López, y allí reorganizar las fuerzas.
El 9 de diciembre, Dorrego presentó combate y fue derrotado por las fuerzas de Lavalle en Navarro. Fue capturado, y el 13 de diciembre fusilado por orden del General Lavalle y por instigación de los unitarios porteños Salvador María del Carril y Juan Cruz Varela. La traición y el desprecio a la autoridad legal habían destruido al gobierno provincial de Buenos Aires y a su representante legítimo.
El fusilamiento de Dorrego desató en el país una lucha política con las características de una violencia nunca vista hasta ese momento. Las cartas que Dorrego escribió momentos antes de ser ejecutado son un descarnado testimonio de ese trágico suceso.
Lavalle se hizo nombrar gobernador interino y estableció una dictadura militar que provocó sublevaciones en todo el interior de la provincia. El descontento fue encausado y dirigido por Juan Manuel de Rosas, en ese entonces, Comandante General de la Campaña.
Hasta en los grupos unitarios se horrorizaban de las persecuciones y los castigos desmedidos que aplicaba Lavalle a todo aquél que consideraba su enemigo político. Rosas, al frente de los opositores al gobierno, acorraló a las tropas de Lavalle quien se vio obligado a renunciar y firmar el denominado Pacto de Cañuelas.

La herencia política de Dorrego fue recogida por Juan José Viamonte. Juntos habían defendido los principios republicanos en una época plagada de ideas monárquicas. Viamonte, como gobernador interino, restableció la Legislatura Provincial de los tiempos de Dorrego. Y esa misma institución, en diciembre de 1829, designó como gobernador a Juan Manuel de Rosas.

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