lunes, 7 de diciembre de 2009

La Hora de Los Hornos, la asunción de Cámpora y el regreso de Perón.

En la Argentina de mayo del 73, el horno, del que nos da cuenta Pino Solanas, hacía a rato que estaba para bollos. Es que parece que desde el golpe del 55 los bollos, los otros, los recibían siempre los mismos. Perón en el exilio y tratando siempre de volver. Juntando voluntades, para construir también se puede usar bosta, decía. El rosariazo, el cordobazo, el sindicalismo revolucionario y el otro, las organizaciones armadas, o guerrillas según sea el gusto por las denominaciones, habían preparado los ingredientes. El horno de Solanas, más que para hacer pastel de fresas, se me ocurre como el del alfarero. Existe una técnica milenaria japonesa, como no podía ser de otro modo, Raku, en la que el ceramista modela la arcilla, incorporando materiales, pigmentos, posibles colores, fundentes y algo de esperanza y azar. Esto último es porque las piezas se cuecen en un horno a leña de alta temperatura y según sea el impacto del calor sobre la pieza, variarán las tonalidades que adquirirá al enfriarse rápidamente en agua. Quiere decir que el artista no sabe de antemano o no puede establecer con certeza las características de su obra. Esta antojadiza analogía, como lo son todas, es la que me remonta a lo vivido en la Argentina del 73. No se si fue Perón el alfarero, o simplemente el que puso la pieza en el horno, o la realidad que siempre supera las expectativas.

En el triunfo de Cámpora y la vuelta de Perón a la Argentina estuvieron todas las manifestaciones de la política y la sociedad del país. y se expresaron. Casi dos décadas de dictaduras y gobiernos surgidos sobre la proscripción del peronismo, violencia institucionalizada, censuras, intervenciones a las universidades, fusilamientos y presos políticos, para no abundar.

Entonces ya no había ni tiempo ni ganas para la expectación o para la inocencia. Gran parte de la sociedad y sobre todo la juventud se sentía protagonista de algo que podía ocurrir y que se palpaba.

Decir que Perón era el que aunaba todas las expectativas tanto desde la derecha como de la izquierda, ya se ha dicho tanto que hasta Romero lo dice. Pero todo estaba allí. La patria socialista, la comunidad organizada, la liberación o la dependencia, la Argentina potencia, la ortodoxia, los burócratas, los militares, el antiimperialismo, bastante diferente al de 1945, el latinoamericanismo: descubrimiento de pertenecer a Latinoamérica, y la Revolución. Y para la Revolución es que Solanas filma La Hora de los Hornos. Surgía un cine que no estaba destinado a espectadores de cine. Y el autor define su obra como un acto. Un acto para la liberación, siguiendo aquello de Fanon que “todo espectador es un cobarde o un traidor”. Un episodio dentro de la lucha revolucionaria contra la dictadura. Entonces está destinada a activistas y combatientes y a través de ellos poder trascender a otros sectores de la sociedad. Su estética es de combate. Define claramente al enemigo. Y allí también se manifiesta esa mezcla de la que no se sabía que podía salir. Mezcla al peronismo, visto por los sectores de la izquierda ortodoxa como fascismo, con Sartre, con Lumumba, con Fidel Castro y Fanon. Termina dedicada al Che y se estrenó a pocos días de terminado el mayo francés. Los cubanos ya habían hecho su revolución, los vietnamitas por vencer al Imperio; Argelia a punto de estallar. Era demasiado como para no creer en la Revolución.

Encima, el discurso de Cámpora al asumir la presidencia y la Plaza llena, Salvador Allende, Dorticós, la JP , Montoneros, FAR, la inminente liberación de los presos políticos, lo reconocibles en los testimonios de “La Voluntad” y los anónimos que cantaron y se animaron a gritar “se van se van y nunca volverán”. Obregón Cano asumiendo la gobernación de Córdoba con Agustín Tosco en una tribuna llamando a la unidad por el socialismo. Vértigo y exceso que bajaría a la realidad o a cierta lógica del país que era, con López Rega en un ministerio y en los enfrentamientos con la burocracia sindical.

Y un día Perón volvió. Entonces Osinde, Ezeiza y la Masacre. Los sueños comenzaban a ahogarse.

Todo había entrado en el Horno, y la pieza tenía forma de Perón. Pero, como en el horno del alfarero, si no se controla la temperatura, o la combinación de ingredientes no es la correcta, la obra puede romperse, quebrarse, saltar en mil pedazos. En Raku esto no tiene mayores consecuencias. Prueba y error. En las sociedades las consecuencias de los errores suelen ser más trágicos. De una sociedad que tiraba flores al paso de la JP y después agradecía la llegada de Videla. De actores a espectadores nuevamente, o sea a cobardes o traidores.

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